El no iba a ninguna parte sin su moneda.
Aunque hacía años que estaba fuera de circulación, lo primero que buscaba en sus bolsillos antes de salir a la calle era su moneda.
Nunca jugaba con ella, ni la enseñaba,ni dejaba que otros la tuvieran en su lugar. La mantenía siempre en el bolsillo, o en la cartera, o en cualquier parte cercana a su cuerpo.
Era su precio, decía.
Sus explicaciones siempre derivaban en supersticiones y manías de fortuna. Todo aquel que supiera de su moneda de y su obsesión con respecto a ella no tardaba en suponer que era su pata de conejo, su amuleto de la suerte.
El no hacía nada por sacar del error a esas personas. Sin embargo, sólo unos pocos conocian la verdadera implicación de la moneda.
Como ya dije, era su precio.
De pequeño la recibió de su abuelo más como regalo de significado emocional que económico.
El día que la tuvo por primera vez en el bolsillo, el auto en que iban su abuelo y él se subio a la cuneta y se choco contra otro auto.
El sólo sufrió dos semanas de hospital, pero el abuelo murió con la mano agarrándose el pecho.
Los médicos dijeron que fue una reacción típica: el abuelo tuvo un ataque al corazón antes del choque y allí fue donde llevó la mano en un último gesto de desesperación. El por el contrario, estimó que su abuelo se tomo el bolsillo de la chaqueta donde antes, quién sabe durante cuantos años, había guardado la moneda.
Así que a partir de entonces no abandonó jamás aquel regalo.
Su intención era morir con él, y si era posible, pedir a alguien como último deseo que le alojara la moneda en la boca, bajo la lengua.
Así podría acercarse a Caronte y pagar el precio al otro lado, pero no el suyo.
El abuelo había muerto sin el peaje para el barquero del Estigia, y el pensaba pagarlo con los intereses de su propia alma.
Esa es la losa que el mantenía sobre sí mismo y que le obligaba a caminar tan encorvado.
Vivir lo suficiente para que su abuelo descansara donde se merecía, y no donde el había obligado a hacer, (tras una noche de mucha cerveza, el conto que obtuvo la moneda por su capricho en que el abuelo se la cediera, y no por voluntad propia de este último).
Su familia trató de quitarle dicha idea de la mente, convencidos de que encadenaría su futuro a un falso sentimiento de culpabilidad.
Sin embargo, el vivió mucho.
Sobrevivió a sus hermanos, a su esposa y a más de un amigo. Pero poco a poco iba alejándose de este mundo.
Se recluía en sí mismo, con la esperanza de que vinieran a llevárselo de una vez.
En la última etapa de su vida deliraba, pensando que aquella moneda no era ningún precio por un sitio en la barca, ni para pagarle a San Pedro las llaves; ahora resultaba que aquella moneda otorgaba la inmortalidad, y que su abuelo se había deshecho de ella para poder irse al otro mundo en paz.
Todos los días, en el local al que acudia, inventaba una nueva historia-
Creyera lo que creyera el, fuera lo que fuera la moneda, un día la muerte lo sorprendió en casa de sus hijos, por medio de un terrible infarto.
Nadie le encontró la moneda, probablemente porque su nieto, seducido por el fulgor que desprendía, se la había robado del bolsillo en un momento de descuido.
Este, más que suponer nada especialmente místico, la vendió a un ambulante por menos, mucho menos, de lo que esperaba.
Así son las cosas.
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